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Viaje organizado en moto a Vietnam

Todo comenzó con una llamada sin compromiso. Fue uno de esos días en los que te encuentras disfrutando de un domingo motero con uno de tus mejores amigos en medio de bocadillos, cafés y cervezas “sin”.
El chico del teléfono era un tipo muy majo que me explicaba qué iba a encontrarme en aquella tierra tan lejana, que a mi ignorancia y prejuicio, la tachaba de tener actualmente una cruda realidad.
Después de varios minutos, cerramos la conversación con mi cara de asombro que dibujaba mi tez al mismo tiempo que escuchaba una pregunta de incertidumbre que recomía por dentro a mi “compi” por saber exactamente qué era lo que pasaba. 
Le expliqué con detalle todo lo acontecido dejándole con una sensación de desconfianza ante lo desconocido lo cual me llevó a no dudar ni un momento en tomar una decisión que meses después me llevaría a vivir la mejor aventura de mi vida.

Los posteriores días fueron de preparativos incesantes, de mensajes con miles de preguntas que por suerte tendrían respuestas y soluciones. ¿qué llevar, como se come, por donde vamos, quien me recoge…? parecido a un niño que acaba de salir de excursión y espera que sus padres le marquen el camino a seguir. Eso que llaman salir del círculo de confort, pero con todos los hilos atados para evitar sorpresas.

Me iba solo, con decisión, sin importarme qué dirán de mí, dejando pasar aquellas frases como: “estás loco!!! ¿Vas a ir tú solo? ¿y si te pasa algo?…” justo todo lo contrario a lo que quieres escuchar.

Billete comprado, check list hecho, contacto local listo, motos listas para mi llegada, recorrido marcado, cruise contratado, solo faltaba dejar pasar los días hasta la fecha señalada. 
Justamente semanas antes del vuelo teníamos uno de nuestros tours por Marruecos que podréis haber visto las reseñas en el número anterior de esta revista, concretamente la del mes de mayo donde se relata un Morocco Tour lleno de aventuras y de gente extraordinaria. En cada uno de los tours preparamos una cena previa de bienvenida que coincidía esta vez en las fechas más señaladas de Valencia, San José o para los turistas menos devotos, el día de la Cremà, ambiente fallero para una cena que nos depararía muchas sorpresas.

Uno de nuestros participantes en esa cena escuchó que iba a viajar en los próximos meses a Vietnam para recorrer el norte con unas motos de enduro, guías locales y una preparación a priori lista para que cualquier motoviajero se pudiera adentrar en la selva vietnamita.
No dudó un instante y quiso ser uno de los afortunados que pudieran vivir esta maravillosa experiencia, completando así el equipo de dos que finalmente acudiríamos a ver a los “Charlies”.

En Vietnam la mejor época para viajar es desde septiembre hasta mayo, dado que los meses “españoles” de verano allí son monzónicos y en vez de dos ruedas viajaríamos seguramente en canoas hechas artesanalmente de bambú, y dado que no era una de mis preferencias, descartamos esta posibilidad…

Mayo fue el mes elegido, justo cuando el calor no arrecia y la humedad es soportable. Mejoraría con creces nuestra experiencia por aquellas tierras del lejano sudeste asiático esa elección además de coincidir con temporada baja de los vuelos que operan en estas compañías abaratando el desplazamiento sin perder calidad del mismo.

Vietnam, tierra selvática, virgen, como un bebé que quiere empezar a caminar, con sus costumbres, virtudes y defectos, pero siempre encantador. Un país que ha estado en guerra con decenas de países por intereses políticos y territoriales, clave de ello los restos de unas ruinas más que perforadas por las envidias de lo ajeno.

Para nuestra sorpresa, todos los prejuicios que llevábamos desde nuestra tierra maltrecha, se rompe nada más pisar suelo asiático, en un aeropuerto donde las idas y venidas de viajeros es incesante y se visten de largo cada mañana para recibirles con aires de amabilidad y muestras de aprecio. 
Todos y cada uno de los contactos que hacemos en suelo vietnamita se desvive por ser atento, porque, seas quien seas y vengas de donde vengas, el prójimo es lo importante para su crecimiento personal y espiritual. 

¿Nuestro crecimiento? Incesante, no para de crecer a medida que pasan las horas en este paraíso, ya sea jungla mecánica o selvática, tanto en lo alto como en lo profundo, un ambiente cargado de buenas imágenes que por suerte podemos retratar y plasmar en una pequeña selección que se amplía a medida que tus ojos abarcan más campo de visión, postal tras postal, serpenteando con una cuatro tiempos más dura que las calizas que forman esas bellas montañas, pulidas como si por un gigante estuviera jugando a construir castillos de arena, pasos montañosos esculpidos por majestuosos ríos, un bello paraje, una inacabable carretera pedregosa, la espesa niebla norteña, un sueño, mi sueño.

Ambos nos encontrábamos ascendiendo a 2800 m de altura por las más extrañas veredas campesinas, viendo como los “paisanos” nos ojeaban con asombro como si de reyes a su paso se tratase. Nuestra sensación, astronautas, su sensación, imagino que sería como si viéramos una jirafa paseando por la calle Colón de Valencia. Perplejo, creo que esa es la sensación que tienen los famosos al pasear, pero por suerte sin paparazzi. Eso es lo mágico, el respeto.

Son días de desconectar del mundo terrenal y viajar a un mundo donde el tiempo es lo menos importante. ¿Prisa? Ninguna. ¿Agobio? Cero. Tú, tu casco, tu ruta, tu mundo, tu disfrute, tu sentimiento, tu sensación… viajas por encontrarte contigo mismo ¿verdad? siempre se habla del placer de viajar, que tienes que probarlo, y cuánta razón tienen.

Los días pasan y los guías locales te llevan por caminos difíciles de encontrar, son como una aguja en un pajar, estrechos, frondosos, pero siempre con regalo, la postal de la que hemos ya hablado, donde el recuerdo es lo más preciado. Niños étnicos campesinos, adultos labradores esculpiendo los milenarios arrozales como terrazas superpuestas unas con otras. ¿Juego de malabares o técnica artesana? creo que ambos.

El último día nos esperaba inmóvil un dragón que ha permanecido inerte al paso de los siglos, dejando a la luz sus restos de una batalla contra el tiempo. Ha Long es sin duda todo lo que significa el título que sostiene, patrimonio de la humanidad, aunque mejoraría cambiándolo por “patrimonio de la naturaleza”, ya que nos hemos adueñado sin permiso de unas tierras que poco a poco se pueden convertir en un circo, si no lo hacemos de manera sostenible.  

Vietnam, ¡qué belleza! Volveremos, pronto…muy pronto.

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